viernes, 29 de octubre de 2010

Capítulo cuatro

La joven se apartó el pelo de la cara, se arrodilló junto a la gran chimenea de la biblioteca y encendió la leña con una cerilla. Se sentó frente al fuego y cogió el libro que había dejado a su lado. Lo abrió y lo colocó sobre su regazo. Nunca había tenido una Biblia entre las manos y no sabía cómo empezar. El volúmen parecía ajeno a su contacto y parecía que el papel de cebolla de sus páginas se desintegraría con tan sólo una mirada. Tras haber observado el cuaderno de su madre por tercera vez, se dijo que no podía estar loca y que realmente ella estudiaba los ángeles, aunque Elisabeth nunca había creído en ellos.
La Biblia no relataba mucho acerca de ángeles, a los que se refería como guardianes, y la chica se sintió realmente decepcionada. Esperaba encontrar algo que le sirviese de guía y que le permitiera descubrir qué era lo que atraía tanto a su madre de los ángeles. Una idea iluminó su mente. Quizás una de las hermanas podría ayudarla, ellas sabrían más de cosas celestiales que ella. Pensó en la hermana Emma, ya que era muy religiosa y la única que no la ignoraba, pero no podía decirle nada sin que ella sospechara y preguntara y Elisabeth no estaba dispuesta a desvelar el secreto. También pensó en la madre Josephine. Sí, se lo preguntaría a ella. Seguro que estaba dispuesta a contarle todo lo que sabía, pues estaba a favor de que sus pupilas aprendiesen todo con respecto a la religión cristiana y se suponía que los ángeles formaban parte de ella.
Elisabeth se levantó decidida, con la Biblia bajo el brazo.
Encontró a la madre Josephine en la capilla, rezando junto con otra madre que Elisabeth sólo había visto un par de veces. Sabía que interrumpir un oratorio era una falta de respeto hacia ellas, así que esperó pacientemente a que las mujeres de levantaran, se santiguaran y se volvieran hacia ella, apoyada en el marco de la puerta.
La madre Josephine se despidió cordialmente de la otra mujer con unos besos en las mejillas y sonrió a Elisabeth.
-Buenas tardes, madre Josephine- Saludó educadamente.
-Buenas tardes, me alegra ver que estás bien. He podido observar que hoy se ha saltado el almuerzo.
-Am…sí, lo siento- Tartamudeó ella- pero estaba absorta en un libro y no me he dado cuenta.
-Es gratificador que las jóvenes lean, ¿qué libro era?- Preguntó la madre Josephine condujéndola por los largos y laberínticos pasillos del Saint Mark.
-Esto…- Elisabeth pensó que lo más correcto sería decir la verdad, o al menos en parte- La Biblia, madre. Estaba buscando información a cerca de ángeles, pero en ella se cita muy poco.
La madre Josephine la miró sorprendida por un momento, luego volvió su característica expresión serena y razonable.
-Será mejor que te cuente mientras comes algo.
Elisabeth asintió y dejó que la madre Josephine la arrastra hasta el comedor, a pesar de que no tenía hambre.
La sala no estaba muy llena, tan sólo dos hermanas, así que pudieron sentarse en el sitio favorito de la chica, cerca de la ventana, desde la que se podía ver el enorme patio del colegio, de losas de piedra y hierba muy verde y suave.
-¿Hay algo en la Biblia?- Preguntó la madre Josephine, señalándo el pesado libro, ahora descansando en la mesa frente a Elisabeth.
-Un pasaje en especial- Contestó la chica, cogiendo el volúmen y abriéndolo con especial cuidado- El Génesis, 6.
-¿Me lo puedes leer?
-“Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. Y dijo Jehová: No contendrá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; más serán sus días ciento veinte años. Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos.”- Elisabeth terminó de leer y cerró el libro, esperando para preguntar a la madre.
-¿Por qué te ha llamado la atención ese pasaje?
-Por lo de los hijos de los ángeles y las humanas- Respondió Elisabeth- ¿Qué son y por qué ya no se mencionan más?
-Son nefilim- La madre Josephine hizo una breve pausa- Son híbridos de ángel y humano, por lo tanto están entre los dos mundos y pueden pasear a sus anchas por los dos mundos. Los ángeles que engendraron hijos con las humanas fueron castigados por el arcángel Miguel, encerrados en un gruta, a la que ahora conocemos como Infierno, Hades, Averno…
-La Cueva de los Caídos- Interrumpió Elisabeth, encajando una ficha de su puzzle mental.
-Exacto. Toda la información que buscas está en el Libro de Enoch. Una novela apócrifa que fue prohibida por la Iglesia por resultar una blasfema hacia Dios, pues Enoch contaba que había estado en el Cielo, había visto a los ángeles y había hablado con nuestro Señor.
-Entiendo, pero. ¿dónde voy a encontrar ese libro?- Preguntó la joven, confusa- Si está prohibido, no estará aquí.
-Cierto, pero quizás deberías mirar mejor en la caja de tu madre- Acto seguido, la madre Josephine le sonrió y se levantó gracilmente. Elisabeth la observó sorprendida mientras se marchaba.
Rebuscó en la caja que le había dado Christelle y extrajo un libro de tapa negra en el que se leía “Libro de Enoch” en grandes y curvilíneas letras plateadas.
La joven lo contempló, perpleja. Se preguntaba inconscientemente una y otra vez cómo había sabido la madre Josephine que aquella caja albergaba un Libro de Enoch, de los pocos que quedarían.
Pasó las páginas con cuidado, saltándose los primeros capítulos. Leyó un punto concreto, en el que Enoch se daba un golpe y, al despertar, se encontró en las mismas puertas doradas del Cielo.
Elisabeth dejó el libro en el suelo pues apenas podía mantener los párpados abiertos de tan cansada como estaba. Se obligó a sí misma a quitarse la ropa y enterrarse entre las frías sábanas, apagando la luz y acomodándose en ellas, envolviéndose en su viejo camisón.
Se prometió seguir buscando al siguiente. Sin querer recordó el dibujo del ángel que había hecho su madre tiempo atrás. A pesar de que el rostro estaba confuso, Elisabeth no oprimió la idea de que extrañamente le resultaba familiar y las alas parecían tan reales que la chica imaginó por un momento que el ángel caído estaba posando para Marina. Desechando ese pensamiento, se dio la vuelta y se dejó caer a la deriva del sueño, siendo acunada por los brazos de Morfeo.

1 comentario:

  1. me ha encantado... puff se ha quedado muy interesante y el pasaje de la biblia me ha encantado¡¡ y además has mencionado lo de los gigantes que yo te recorde XD me ha encantado en serio, aver si me haces ese prometido comentario que con tanta ilusión espero¡¡¡ Xd sigue así y llegarás lejos¡¡¡¡

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